En un tranquilo vecindario, entre calles bordeadas de árboles que susurraban secretos al viento, se encontraba un garaje y en su interior, cubierto de polvo y olvidado por el paso del tiempo, descansaba un viejo coche. Su chapa, una vez reluciente, ahora estaba opaca bajo la capa de suciedad acumulada durante años de abandono. En esta escena, tan serena como nostálgica, se desarrolla una historia que despierta emociones y enseñanzas sobre el valor personal y la autoestima.
El dueño del coche, un padre amoroso y sabio, decidió que era hora de darle una nueva vida a aquel vehículo que alguna vez fue su orgullo y, dirigiéndose a su hijo con una mirada llena de significado, le entregó las llaves del coche y le pidió lo siguiente:
-- ¿Ves este coche? --le dijo con voz serena pero firme y dándole las llaves-- Llévalo al taller de Pablo para venderlo y cuando te pregunte cuánto quieres por él, solo levanta 3 dedos de la mano. Después acércate a la tienda de segunda mano, ya sabes cuál, y haz lo mismo. Y ya a lo último, acércate a Villamagna (el pueblo vecino) y llévalo a la tienda vintage de Roberto. Recuerda: cuando te pregunte cuánto pides por él, solo guarda silencio y levanta 3 dedos de la mano.
Con el coche ya en el taller y siguiendo las instrucciones de su padre, nuestro protagonista se encontró frente a Pablo, un hombre de manos curtidas y mirada perspicaz, buen amigo de su padre.
-- ¿Cuánto quieres por el coche?-- preguntó con curiosidad mientras examinaba el vehículo.
El hijo, recordando las palabras de su padre, levantó tres dedos de su mano sin decir nada más.
Pablo, sorprendido por la respuesta, entendió 300 euros por el coche, una suma que superaba las expectativas del hijo y lo llenó de asombro.
Animado por el éxito de su primera experiencia y siguiendo su viaje, llegó a una concurrida tienda de coches de segunda mano en las afueras de la ciudad. Allí, frente al dueño de la tienda, el hijo repitió el ritual de levantar tres dedos cuando el dependiente le preguntó por el precio del coche.
-- Bien, entonces serían 3.000 euros. Ok, por mi parte hay acuerdo.
Emocionado por este nuevo descubrimiento, el hijo regresó a casa para compartir la noticia con su padre, quien, con una sonrisa enigmática, le indicó que aún quedaba un último viaje a la tienda de Villamagna. Allí, frente al dueño de la tienda, el hijo repitió el gesto de levantar tres dedos cuando se le preguntó por el precio del coche, sin decir ni una palabra más.
-- Pues 30.000 euros me parece bien. Por mi parte, hay acuerdo. --decidió el dueño--
De regreso a casa compartió la revelación con su padre que, con una mirada llena de satisfacción le explicó la historia detrás de lo ocurrido:
-- Hijo mío, en la vida no todos reconocerán tu verdadero valor a simple vista. Algunos te subestimarán, otros te menospreciarán, pero eso no cambia tu valía. Tu verdadero valor reside en quién eres y en las personas que te valoran por ello. No olvides nunca eso.
Esta historia, aunque aparentemente simple, encierra una poderosa verdad sobre la importancia de reconocer y valorar nuestra propia singularidad, así como la necesidad de rodearnos de personas que nos aprecien por lo que somos. En un mundo donde el juicio y la comparación pueden nublar nuestra percepción de nosotros mismos, recordemos siempre la lección del viejo coche olvidado en el garaje: nuestro verdadero valor reside en quiénes somos y en las personas que nos valoran por ello.
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