Erase una vez un hijo, de nombre Manuel, al que no le gustaba vivir en casa de su padre porque le irritaba constantemente.
Si no vas a usarlo, apaga el ventilador.
La televisión está encendida y no hay nadie viéndola. ¡Apágala, hombre!
Cierra la puerta.
No desperdicies tanta agua.
Al hijo no le gustaba que su padre le molestara por esas pequeñas cosas, por esas tonterías. Tuvo que tolerarlas hasta que cierto día recibió la confirmación para una entrevista de trabajo.
Si consigo el trabajo, me voy de esta ciudad. No escucharé ni una monserga más de mi padre. --pensaba--.
El día de la entrevista, el papá le aconsejó:
– Responde con responsabilidad a lo que te pregunten. No trates de destacar, solo diles qué puedes aportar a la empresa, por qué deberían contratarte. Algunas veces lo preguntan. Y si no sabes bien la respuesta, hazlo con confianza.
Le dio dinero de sobra para el transporte, ya que ninguno tenía coche y se despidieron.
Poco antes de las diez de la mañana, el hijo llegó al lugar de la entrevista, una casa con un jardín muy bonito. Se dio cuenta que no había seguridad porque la puerta estaba abierta. Probablemente no hubiera algo con el valor suficiente como para contratar ese servicio. En el camino de la entrada advirtió que el jardinero había dejado la llave del agua abierta y una manguera no dejaba de soltarla, desbordándose por el lateral del camino. Levantó la manguera, la cambió de lugar y la enfocó hacia las plantas del jardín. Después entró y cerró la puerta, encontrándose con varios despachos. Curiosamente, no había nadie en recepción pero habían puesto un anuncio en el que decía que las entrevistas eran en el primer piso, La luz del exterior iluminaba perfectamente la recepción pero las luces estaban encendidas, quién sabe desde cuándo. Recordó las advertencias de su padre:
Si no estás en la habitación, ¿por qué no apagas la luz?
Incluso sintiéndose molesto por este recuerdo, buscó el interruptor, muy fácil de encontrar y apagó la luz subiendo después por las escaleras. Al acceder pisó el felpudo de la entrada, que estaba boca abajo. Probablemente había sido el trabajador de la limpieza, que no se había dado cuenta con las prisas, así que le dio la vuelta y entró a las dependencias, encontrándose más despachos y a varias personas sentadas en lo que parecía una sala de espera, probablemente esperando su turno para la entrevista. Con tantos candidatos, se preguntó si de verdad tendría alguna oportunidad. Observó que había dos ventiladores apuntando a varios asientos vacíos, mientras que otros dos lo hacían a los que estaban ocupados y volvió a recordar a su padre:
Si no vas a usarlo, apaga el ventilador.
Así que apagó los que no eran necesarios y se sentó en una de las sillas vacías. Durante varios minutos entraron varias personas que salían al poco, por lo que supuso que la entrevista sería rápida. Sea como fuere, al hacerlo rápidamente no tenía forma de saber lo que se estaba preguntando. ¿Serían unas malas condiciones, un sueldo inasumible? No tenía ni idea. Y llegó su turno, así que se levantó con cierto nerviosismo pero a la vez con confianza y entró al despacho, donde el entrevistador cogió sus papeles y sin siquiera mirarlos, le preguntó:
¿Cuándo puedes empezar a trabajar?
Nuestro protagonista pensó rápidamente que era una pregunta trampa que se hacen en las entrevistas. Pero también podría ser que le estuvieran ofreciendo realmente el trabajo. El entrevistador se adelantó a su respuesta:
¿Qué estás pensando? A los candidatos casi no les hacemos preguntas porque llevamos un sistema en el que son algo secundario. Damos prioridad a la evaluación de sus actitudes. Verás... hemos hecho pruebas basadas en el comportamiento y observamos a todos los que se presentan por las cámaras de vigilancia.
Manuel no sabía qué decir...
Ninguno de los que han venido hoy ha cerrado la puerta, a tenido el detalle de mover la manguera del jardín, de levantar el felpudo de la entrada y darle la vuelta o de apagar las luces de la recepción que, como habrás visto, estaban funcionando inútilmente. Tú has sido el único que lo ha hecho, así que te hemos seleccionado para el trabajo.
Manuel siempre se molestaba con la disciplina de su padre pero, hasta ese momento, se dio cuenta de que gracias a ella había conseguido su primer trabajo. Su irritación e ira por su padre desaparecieron de golpe.
A menudo, las pequeñas acciones y detalles que pasan desapercibidos pueden tener un impacto significativo en cómo nos ven los demás y en las oportunidades que se nos presentan. Nos recuerda que las pequeñas acciones y la atención a los detalles pueden marcar una diferencia sustancial en nuestras vidas. También subraya la importancia de la humildad, la responsabilidad y la actitud positiva en la forma en que enfrentamos los desafíos y las oportunidades.
Nuestros padres son nuestros maestros hasta que tenemos, al menos, cinco años. Unos “villanos” cuando somos adolescentes. Y después, unos guías para el resto de su vida.
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